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viernes, 17 de septiembre de 2010

EL PODER Y LA CLAVE DEL OPTIMISMO

Optimismo es el grado superlativo de bueno. Así optimo será la facultad de percibir todos los fenómenos en su mejor aspecto.

Ya en su definición se hecha de ver la importancia del optimismo. El nos mantienen serenos y confiados ante las situaciones más difíciles. Así es posible seguir observando con clara visión las crisis más agudas, permitiéndonos formar libremente un juicio ecuánime y adoptar una resolución acertada.

El optimismo nos hace risueños ante las cosas más desagradables, acalla nuestras inquietudes, nos abre el corazón a la esperanza salvadora.

A excepción de los fenómenos naturales, las cosas acontecen en el mundo con intervención de una voluntad o por ausencia de ella. Las consecuencias de los actos humanos no obedecen a una ley determinada, fatal, ciega, emanan directamente de la actuación del hombre y por lo tanto, serán más o menos buenos según la cuantía de la bondad que se haya puesto en dicha actuación.

El optimista tiene una fe extraordinaria en la bondad de sus actos, en la armonía de relaciones entre las causas y las concausas, que han de producir el efecto apetecido y ello le induce a cometer empresas audaces y mover los resortes complicados, a desplegar energías ocultas. Pone una cordialidad tal en sus anhelos, que llegan a ser un imperativo para su voluntad. Halla una lógica tan peregrina en la existencia, que no se la alcanza, no puede haber nada vedado a su deseo. La pujanza del optimismo no nace tanto de la fe en armonía preestablecida de Libnitz, a la que Voltaire opuso la soberbia risotada de su Cándido, como en la convicción íntima inalterable de su propio de su propio valer espiritual.

El pisaverde donjuanesco, banal y presumido, fía sus aventuras a la arrogancia de su continente, a la limpieza del corte de su chaqué, el hombre de negocios al dominio de la técnica, el artista a sus facultades imaginativas, el atleta a su vigorosidad. El optimista se halla siempre bajo el flujo de una autosugestión.

El contempla la vida a través de un prisma diáfano. Ni la más leve sombra empaña la nitidez de su cristal; un bello tinte de ilusión, de codicia, baña toda las cosas, y así se le presentan más apetecibles. Su vehemencia le hace sentir muy cercana una finalidad que otros consideraran remota e inasequible, y le hace presentir un éxito donde muchos temerían un fracaso: se lanza audazmente a la conquista.

La condición esencialísima para ser optimista, es tener una absoluta confianza en sí mismo.